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Santoral del día

  • Foto del escritor: Santuario San Judas Tadeo
    Santuario San Judas Tadeo
  • 23 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

23 de Diciembre


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Hoy recordamos a San Juan Cancio, Sacerdote.

Este santo nació en la ciudad de Dant, Polonia, en el año 1397. Siendo todavía muy joven se ordenó sacerdote y fue nombrado profesor de la Universidad de Cracovia. Pero la envidia de algunos de sus compañeros terminó por conseguir que lo nombraran párroco de un pueblo lejano. Tiempo después recuperó el puesto de profesor en la Universidad de Cracovia y durante muchos años dictó clases sobre las Sagradas Escrituras o explicación de la Santa Biblia.


Su fama llegó a ser sumamente grande. En las discusiones repetía lo que decía San Agustín: "Combatimos el pecado pero amamos al pecador. Atacamos el error, pero no queremos violencia contra nadie, la violencia siempre hace daño, en cambio la paciencia y la bondad abren las puertas de los corazones".

Cuando predicaba acerca del pecado lloraba al recordar la ingratitud de los pecadores hacia Dios, y la gente al verlo llorar se conmovía y cambiaba de conducta.


A sus alumnos les repetía estos consejos: "Cuídense de ofender, que después es difícil hacer olvidar la ofensa. Eviten murmurar, porque después resulta muy difícil devolver la fama que se ha quitado".

Fueron centenares los sacerdotes formados espiritualmente por él, y la gente lo llegó a llamar "el padre de los pobres" por sus muchas obras de caridad con los más desvalidos.

Murió el 24 de diciembre de 1473. En su sepulcro se obraron muchos milagros y por su intercesión se consiguieron admirables favores.


LEYEDAS

Se dice que un día que iba a la iglesia, en Olkusz, encontró un pedigüeño agachado en la nieve, temblando de frío; el sacerdote se sacó su capa y se la puso al mendigo, y lo llevó a la iglesia, donde lo cuidó y lo reconfortó. Poco después que el pobre hubo marchado, la Virgen se apareció a Juan Cancio y le retornó la capa.

Desde entonces era todavía más piadoso y se mortificaba más, renunciando a comer carne durante el resto de su vida. Un día, tentado de comer, asó un trozo: mientras estaba caliente, la cogió con las manos, quemándose y diciendo: «Carne, te estimas la carne: disfruta, entonces». Así se liberó de la tentación para siempre.

Vuelto del peregrinaje a Roma, fue asaltado por unos bandoleros que le robaron todo lo que vieron. Al acabar, le preguntaron si llevaba alguna otra cosa que se hubiesen dejado: les dijo que no y marcharon. Entonces recordó que todavía tenía unas piezas de oro cosidas a la capa: corrió hasta que llegó donde estaban los bandoleros y les ofreció las monedas; los ladrones, confusos y avergonzados, le devolvieron todo lo que habían robado.

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